El músico norteamericano abre la temporada de conciertos en Zaragoza con la gira de su disco World War Willie. Sus 68 años no se ven por ninguna parte; él y su banda consiguen alejarnos de la vuelta a la rutina con una energía que ya quisiéramos cada día…
Era el primer concierto de la temporada; todos teníamos muchas ganas y no lo digo porque las tuviera yo, sino porque se notaba en el ambiente. Lo dispuestos que estábamos todos a venirnos arriba con el primer “lalalá” que llegase de los alborotadores del fondo no es algo que pase en todos los conciertos. Hay conciertos a los que vamos los viernes con poca energía –si es entre semana ya ni te cuento– después de trabajar, aunque a lo que empieza la música ya ni nos acordamos del cansancio. Pero es que a este se venía con ganas, sin perezas, con la voz entera.
Y entonces ha salido Willie, que un rato antes, mientras esperábamos para entrar a La casa del loco, ya nos levantaba un pulgar con una mano (en la otra sostenía una copa de vino); así que imaginaréis lo simpático que es. Uno de los primeros conciertos de Willie que vi fue en Monzón, hace casi tres años, y me acuerdo que ya entonces decía: “lejos de jubilarse, está lleno de júbilo”. Ahora, el artista tiene 68 años y sigo pensando exactamente lo mismo: qué pitera tiene el tío.
Recuerdo especialmente aquel concierto porque fue muy grande. Yo pensaba que nunca iba a escuchar un “Love is a train” como el que sonó allí porque lo tuvo todo: acústico, piano, guitarras, batería, bajo… Me pareció una auténtica locura. Bueno, pues lo de hoy ha sido todavía mejor –o las ganas me han traicionado, que también puede ser–. ¿La diferencia? Es que hoy iba muy bien acompañado. Por primera vez, Matt Hogan, Johnny Pisano, Alex Alexander y Willie juntos en Zaragoza. Y el resultado ha sido explosivo. Y creo que todos son muy buenos, pero Hogan ha sido todo un descubrimiento.
La gira de Willie Nile en Europa es a propósito de su último disco, World War Willie, con títulos como “Forever Wild” que nos ha encantado en el escenario, “Bad boy” y “Hell yeah”. Tengo tendencia a solo acordarme de las más movidas, pero no por eso deja de ser un disco compensado, con buenas letras y mejor música todavía. En la línea de sus otros discos pero sin destacar tampoco en exceso, por lo que nosotros (el público) no podíamos evitar reclamar viejas glorias como “One guitar”, “Streets of New York”, “House of a thousand guitar” o ese gran “Love is a train” del que os hablaba al principio que ha conseguido retrotraernos a todos adonde Willie y los suyos han querido.
Pero, pensándolo, lo mejor de estas canciones no son las letras, ni siquiera las canciones como tal; lo mejor son esos instrumentales que ponen los pelos de punta, que dejan con la boca abierta, que resuenan tanto en tu cabeza que no puedes pensar en otra cosa –y no me refiero con esto al mal sonido, que también estaba presente hoy– que no sea la energía que tiene esa música, lo bien que suena y lo espeluznante que puede llegar a ser. Esos solos de guitarra de un tipo peculiar como nadie pero que toca como si hubiese nacido para ello, como si le hubieran concedido un don que comparte con nosotros para deleitarnos. Esos momentos son los que a mí de verdad me gustan de los conciertos, porque cuando acaban piensas que ya no va a haber un punto tan álgido en ninguna otra canción. Pues eso, con Willie Nile, pasa prácticamente en cada canción.
Da igual la excusa: no me importa qué disco nuevo o qué novedad venga Willie a presentar. A mí no me engaña, lo que tiene dentro es muchas ganas de soltar lo que durante toda la vida ha tenido guardado para nosotros, que por suerte desde hace unos años lo puede hacer con el reconocimiento que se merece porque no es un señor cualquiera: es un artista que cierra el puño en señal de victoria cuando observa que una canción nos está gustando, es un auténtico vividor de la música, es un personaje que salta mientras toca una guitarra que es más grande que él, y es un visionario de la música que durante dos horas nos puede tener absortos y todavía consigue que digamos: “qué concierto más corto, ¿no?”.
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