La verdad es que hay pocos sitios más idóneos para apasionarse con cualquier cosa. El Patio de la Infanta me conquistó en cuanto supe de su existencia, para mí es como algunas piezas florentinas de esas que todos deseamos ver y volver a ver, con la diferencia de que esta está disponible cada día a la vuelta de la esquina, de 9 a 14 y de 17 a 21.
Adentrarse en él es un espectáculo, porque ¡hay tanto donde mirar! Cada columna, cada friso, cada cornisa cuenta algo, a veces relacionado con el amor, otras con el poder… Y es que esta obra renacentista de mediados del siglo XVI fue todo un despliegue del banquero y comerciante Gabriel Zaporta, que quiso regalarle el patio a su segunda esposa, Sabina Santángel, como regalo de bodas. Rendida a sus pies tuvo que quedar. Por cierto, que en esas casualidades del destino, resulta que el palacio en el que se situó el patio original estaba localizado en la calle San Jorge, lugar que más tarde albergaría la sede de «La Caja».
Y os preguntaréis: ¿qué tiene todo esto que ver con la infanta, a quien debe su nombre? Pues resulta que el palacio estuvo siempre vinculado con la alcurnia ilustrada de Zaragoza, puesto que la antigua Casa Zaporta fue Escuela de Bellas Artes, casino, escuela infantil, conservatorio, colegio, sede de la Real Academia de Bellas Artes de San Luis, imprenta, ebanistería y hasta fábrica de pianos. En la etapa como Escuela de Dibujo residía en el palacio Ramón de Pignatelli hasta su muerte en 1793, fecha en que se instaló la infanta Teresa de Vallabriga y Rozas, viuda del infante Don Luis de Borbón. A partir de ese momento, el lugar pasó a llamarse Casa de la Infanta, de la que hoy solamente se conserva, tras algunas idas y venidas, el Patio de la Infanta.

Lo que nos encontramos en esta primera parte de la exposición («Pasión por la ilustración») que el patio en cuestión alberga es una muestra del afán por coleccionar que tenían algunos ilustrados, de entre los que destacan los nombrados Pignatelli e infanta de Vallabriga. Se completa la estancia privilegiada con los objetos y obras relacionados con los descubrimientos de Herculano y Pompeya; así como las grandes bibliotecas, recordando especialmente la de Manuel de Roda.
Bajamos un piso y accedemos a la segunda parte de la exposición («Pasión por el progreso»), en un ambiente menos señorial pero igualmente acogedor, partiendo de un skyline de la Zaragoza del siglo XVIII, con incluso un río que no baña nuestros pies, pero casi, permitiéndonos pasear por su orilla. Se trata de la Zaragoza de los Pignatelli:
A finales del siglo XVIII, Zaragoza, capital de Aragón, vive un periodo de esplendor científico y cultural. Lo protagoniza un amplio conjunto de nobles, clérigos y burgueses que no solo atienden a las necesidades del territorio aragonés puesto que, por su condición del diplomáticos y comerciantes, viajan frecuentemente y participan en los grandes momentos de la historia universal. […]
Todos ellos viven en una Zaragoza que cuenta con la presencia del notable Ramón de Pignatelli (1734-1793), que lidera la apuesta por la modernidad, haciendo frente a la oposición de los que no querían que nada cambiara.
De la ribera pasamos al ágora, que ofrece un recorrido cronológico por los sucesos que marcan la historia de la ciudad de 1700 a 1800. Se trata de una forma muy ilustrativa de pasear por los años, en una plaza presidida por la Fuente de los Incrédulos de Pignatelli, construida como souvenir a los que no pensaban que el Canal Imperial fuera a realizarse nunca. También se recuerdan otros acontecimientos curiosos como la inauguración de la Plaza de toros de La Misericordia a cargo de Martincho, el torero de Farasdués, en 1764; la colocación de la Puerta del Carmen en 1792; la muerte de Pignatelli en el Patio de la Infanta o la entrada de Goya en el Palacio Real como pintor de cámara de Carlos IV en 1799. Sin duda se trató de cien años que cundieron mucho y muy productivamente.
A través de un arco apuntado pasamos por las calles del casco antiguo de Zaragoza, para introducirnos en el ámbito de las rebeliones, como el motín del pan de 1766, puesto que la calle era el espacio en el que confluían todos: ricos y pobres, poderosos y plebe; un espacio libre idóneo para reclamar la libertad y la justicia.
Ejemplo evidente de este afán por mejorar la vida de los más necesitados es el canónigo Ramón de Pignatelli que, además de colaborar con el afamado Real Hospital de Gracia, fundará la Casa de la Misericordia para los huérfanos, mantenida con el dinero que se saca de las rentas de las corridas de toros en el Coso de la Misericordia.
Y seguimos hacia el palacio condal de Fuentes en el Coso de Zaragonza, hogar de la familia Pignatelli y lugar de encuentro de los ilustres aragoneses de Zaragoza y repartidos por el mundo, de los cuales hay un mapa localizador. También lugar de fiestas e inspiración en el jardín, y de tertulias literarias y artísticas en el salón, puesto que los Pignatelli estaban muy ligados a la Academia del Buen Gusto. Se trata de una estancia que para mí la quisiera yo, con unos ventanales que dan al popular y bello Coso del siglo XVIII; y con un escritorio «De Salamanca» sobre taquillón, de la segunda mitad del siglo XVII, que me parece la pieza más bonita de la exposición.
Para terminar, un espacio para la espiritualidad y el culto: la capilla del Palacio, otra muestra de la riqueza de las coleccionesde la casa, que recuerda a la figura de San José de Pignatelli, hermano del canónigo Ramón de Pignatelli. Era una familia de ilustrados muy vinculados a la vocación cristiana, lo cual indica la importancia de esta capilla, en parte, como motor del progreso, puesto que es el marco en el que se desarrolla.
La pasión no termina aquí. El conjunto de exposiciones «Pasión por la libertad» terminará enumerando cuatro muestras, de las que solo hemos visto dos, por ahora, y que podremos seguir viendo hasta finales de mayo. A partir del día 27 de noviembre podremos añadir «Pasión por el arte: el siglo de la inquietud en el Aragón de Goya» en el Museo Goya. Tendremos que esperar hasta enero para completar la experiencia, pues será cuando llegue la última exposición, «Pasión por las personas: la lucha contra la pobreza», esta en el Museo Diocesano.
Están por ver, pero tras la buena impresión de esta primera parte, me parece que iremos con buena predisposición a visitar las siguientes. Y es que no hay como ver una exposición bonita, cuidada, que no solo acumula obra e información sino que además te transporta a un contexto, a una época en la que sobre nuestra ciudad ya se sacaban conclusiones tan bonitas como las siguientes…
Bea: has hecho una excelente recreación de la historia y del contexto.
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