Con este calor (en el momento en el que escribo estas líneas hace la «friolera» de 38 grados), a mí lo último que me apetece es cocinar. De verdad, no puedo, es encender la vitro y ponerme a sudar. Como con cualquier otra cosa que hago. Así que en el fin de semana, la mejor de las ideas era que cocinaran otros, sobre todo cuando se trata de un brunch que incluye dos comidas y me evita encender la tostadora, la cafetera, el horno, el micro… Ya me tengo que abanicar solo de pensarlo.
En fin, teníamos reserva para el brunch en Villa Felice (C/ Salvador Madariaga) a las 12:30, que es la primera hora a la que se puede brunchear. Es imprescindible reservar si os apetece, supongo que aparte de por la organización del personal, porque esta terraza se llena enseguida. Y es que el sitio es un privilegio: el antiguo canódromo se ha convertido en un espacio verde y recogido en el que no se nota el tráfico de esa parte del centro de la ciudad y se respira tranquilidad. ¿Qué mejor sitio para una idílica terraza cuyo nombre además solo inspira felicidad?
Nuestra mesa era una de las más fresquitas, aunque eso era complicado en cualquier mesa de Zaragoza que no estuviese junto a un aparato de aire acondicionado. Y sobre ella estaba dispuesta la carta del brunch, que después un simpatiquísimo y veloz camarero nos explicó con todo lujo de detalles.
¡Marchando dos mimosas! El cava con zumo de naranja natural es ideal como primer traguico de la mañana y además que no veais cómo marida con esas ricas crepes acompañadas de fresas, kiwi y mango. A continuación llegó el yogur con muesli, que no me entusiasma demasiado y esta no fue la excepción, aunque no le di tiempo ni de hacer la foto, que es algo en lo que fallo mucho.
La terraza, a estas alturas, ya estaba muy animada porque la banda sonora de esta «felice» mañana de domingo la ponía Casi Reptil en un concierto en acústico de la banda zaragozana que presentaba su segundo disco, «Unir cuevas».
En estas llega el muffin con huevo benedict y salmón/jamón/brie, que viene acompañado de una ensalada cuyo aliño estaba muy rico y que es el plato que hace llenar más el estómago, sobre todo por la salsa.
Para cuando nos hacen elegir entre brownie y cheescake estoy un poco llena, pero siempre hay hueco para el postre y el resultado es una tarta de queso muy contundente y potente de sabor. Tan buena estaba que, de nuevo, se me escapó la foto entre las manos, o entre los dientes. El punto final lo puso un cafecito mientras pagábamos la cuenta: como pone en la minuta, 18,50 euros que como capricho se pagan gustosamente porque un brunch en una terraza de parque es un placer que apetece permitirse.
Lógicamente, hay que pagar el zumo de naranja natural, la fruta cortada, la genuina tarta de queso… Son una serie de alegrías para el cuerpo que te dejan satisfecho pero que también al rato te despierta como ganas de más. Aunque creo que eso forma parte del brunch: está en el límite desconcertante entre hacer hambre porque desayunas tarde y comer temprano, por lo que al ratito piensas que quizás no ha sido gran cosa para el precio pero ¿y el gusto que da empezar un domingo así, en una auténtica Villa Feliz? ¿Y lo bien que viene no prepararte el desayuno ni la comida? ¿Y el tiempo que has ahorrado exprimiendo el zumo y temiendo por el punto de los huevos? Eso siempre es dinero bien invertido y en «Villa Felice» te sentirás así, feliz, durante un ratito del domingo, garantizado.