Un refugio de genialidades: la casa de Dalí y Gala en Portlligat (Cadaqués), no podía ser otra cosa. También de excentricidades, claro, como ese oso con el que te topas nada más subir las sencillas escalinatas de entrada y pasar al vestíbulo.
El Recibidor del Oso no lo es por capricho sino porque este animalillo de dos metros disecado custodia la casa, junto a otras piezas de taxidermia. Fue regalo del poeta Edward James, quien lo cazó en Groenlandia y se lo envió a Dalí en 1934.
Ocurrió solo cuatro años después de que Dalí adquiriese una barraca de pescadores por 20.000 francos en la bahía de Portlligat a Lídia Noguer que, en sus inicios, no era más que una caseta para guardar aparejos de pesca con el techo escachado. Salvador quería fijar su vivienda en este lugar aislado, atraído por el paisaje y esa luz brillante y esperanzadora que a todos nos deslumbra cuando vamos por la zona y que sin duda se aprecia en algunas de sus obras.
La actual Casa-museo de Portlligat fue la única casa estable de Salvador Dalí; el lugar donde vivió y trabajó habitualmente hasta que, en 1982, con la muerte de Gala, fijó su residencia en el Castillo de Púbol.
A partir de esta estancia -en la que también se encuentra ese sofá con forma de labio que todos querríamos llevarnos a casa-, Dalí y Gala fueron ampliando espacios conforme se hacían propietarios de nuevas barracas, hasta conformar la catedral ‘Galá-ctica’.
Lo primero que hay que saber de la visita es que esta casa-museo está gestionada por la Fundación Gala-Salvador Dalí, al igual que el Teatro-Museo Dalí en Figueres y el Castillo de Gala en Púbol, que completan el llamado «triángulo daliniano ampurdanés» y del que a mí me faltan dos vértices que necesito completar con urgencia.
Si quieres visitarla, no basta con que compres tu entrada y pases a su interior. Hay que reservar para poder entrar en alguno de los grupos reducidos que realizan la visita cada 10 minutos con un guía que acompaña durante el recorrido, ofreciendo breves explicaciones en diferentes idiomas. Os dejo el enlace con toda la información sobre horarios (en esta fecha, de 9:30 a 21:00h) y precios (11 euros la entrada general, 8 la reducida) y el teléfono para reservar: 972 251 015.
NO OBSTANTE, cuando nosotros nos enteramos de esto y llamamos para reservar, nos dijeron que no había huecos hasta tres días después pero decidimos presentarnos a probar suerte igualmente. E hicimos bien porque nos pudieron encajar en una visita una hora después de preguntar. Así que guardaos ese as bajo la manga, pero si reserváis, mejor.
Sobre las fachadas y paredes blancas se va desarrollando una casa sin igual, plagada de muebles exquisitos y detalles peculiares, como esa manzanilla que rodea las ventanas con unas vistas espectaculares del puerto. En la casa-museo hay tres ambientes a descubrir: la vida íntima de Salvador y Gala, reflejada en esos armarios forrados con fotos que generan un vestidor-álbum en el que cualquiera pasaríamos horas y horas; el estudio del artista, en el que uno se puede hacer a la idea de cómo trabajaba Dalí; y los exteriores, un auténtico parque temático cuyo final con fuegos artificiales es una piscina con forma de pene (tal cual).
En el estudio, aparte de un sinfín de objetos curiosos, había varias partes diferenciadas: la sala para trabajar con modelos, los cuales se sentirían como reyes/reinas en los aposentos dispuestos; el cuarto para el material (tintas, pinturas, ácidos, barnices… botecitos de todo tipo bien ordenados en sus estanterías); y un espacio inundado de la luz natural procedente del puerto, en el que todavía quedan dos piezas sin terminar y por lo que no se puede usar flash al hacer fotos. Este es otro detalle importante: toda la casa se puede fotografiar libremente (y no tuve que sufrir haciendo fotos a escondidas como me pasó en la Casa Solans).
Con el estudio llega una de las tres genialidades de categoría superior que me marcaron en esta visita: el caballete grande de la derecha se puede mover mediante un sistema de poleas, de modo que el cuadro suba o baje para estar a la altura del pintor y que este no tuviera que moverse de ese cómo sillón que se observa al frente. Sí, sí, el cuadro se puede meter en un hueco que hay bajo la estancia para evitar agacharse o subirse a una escalera al llegar a determinadas partes. ¿Es una pasada o no?
Para poder apreciar la genialidad Nº2 deberíamos situarnos en la cama de Salvador, pero como me temo que eso es algo que no vamos a conseguir, os la cuento: el dormitorio de este extravagante palacio se encuentra en lo alto de un espacio dividido en tres secciones con diferentes tramos de escaleras. Lo primero que te encuentras es un cuarto de estar con unas vistas impresionantes, le sigue un «rellano» que alberga una jaula para pajarillos y otra minúscula para grillos porque al genio le gustaba dormirse con su sonido y termina en el imponente dormitorio muy de estilo imperio.
Aquí va la sorpresa: en una pared de la primera estancia hay un espejo colgado cuya perspectiva desde la cama, arriba del todo, permite ver el amanecer en el puerto sin tener que despegar ni un centímetro la cabeza de la almohada. ¿Cómo os quedáis?

Muy cerca de allí, pasando por el cuarto de baño de Gala -mucho más sencillo que el de Savador- y ese vestidor del que os hablaba, se encuentra la genialidad Nº3, que no es otra cosa que la física hecha habitación para que, en una construcción circular, el que se coloque en el centro de la misma pueda escuchar resonar sus palabras porque se produce eco. Un eco premetitado y perfectamente estudiado que dejará con la boca abierta a todo el que lo pruebe y que, probablemente, sería el proveedor de muy buenos ratos en las reuniones con amigos de la pareja.
En el exterior, lo que os decía, una fiesta: metros y metros de olivares decorados por unas vistas espectaculares –Miguel decía que quizás a Dalí le gustaran los olivos porque crecen como quieren, cada uno a su manera-, un caballero con esqueleto de barca tumbado en el suelo, un palomar que invita a soñar rodeado de huevos y huevos que nos recuerdan que se puede ser muy duro por fuera y muy blando por dentro.
Y una fiesta que termina por todo lo alto en la piscina, como esos huevos fritos que te comes cuando vuelves por la mañana a casa después de una noche de juerga. Sigo con el tema de «los huevos» porque la piscina con forma fálica no merece menos. Fuentes decoradas por botellas folclóricas, serpientes de peluche junto a leones disecados custodiando el entorno, angelotes obscenos y muchos más disparates forman el espacio perfecto para una bacanal en la que morirías de risa y lo pasarías como nunca.
Por eso, cuando al salir vi que junto a la barbacoa vigilada por el señor de testículos gigantes adherido a la pared había una antigua cabina, no pude hacer otra cosa que fantasear con quedarme encerrada, como en el corto de Antonio Mercero, para no tener que salir de esa casa. Una historia, por cierto, que intuyo que a Dalí le haría especial gracia porque es tan surrealista y genial como su casa en Portlligat.