No me creo que no os guste Queen, es imposible, aunque penséis lo contrario. Y no solo porque Freddie Mercury sea genial (genial es genial: voz, carisma, composición, etc.), sino porque os habéis criado con ellos. Habéis mamado Queen desde bien pequeños cuando al ganar cualquier cosa cantabais «We are the champions» o cuando más adelante os animabais a vosotros mismos con esa frase que dice algo así como «The show must go on». Todos llevamos Queen en nuestra sangre, aunque no lo sepamos, es parte de nuestro ADN. Por eso, el concierto de God save the Queen de anoche en el Príncipe Felipe estaba lleno de gente de todas las edades.
Así de potente empezaba un concierto en el que, como podéis ver, se hacía un uso magistral de la imagen, la luz y el sonido que envolvía. El sonido flojo, sí, pero yo ya pienso que no hay buen concierto sin mal sonido. A veces se oían más los coros de la gente que la propia voz de «Freddie Mercury» y daba un poco de rabia porque el tío lo hace realmente bien. Hay canciones en las que, si cerraba los ojos, como me decía mi amigo Coke, te sentías en un auténtico concierto de Queen. Otras no, no se puede ser perfecto.
El concierto empezó bien, con «Under Pressure», «Somebody to love» en el piano, «A kind of magic», la diverfunky «Another one bites the dust»…
Y un preludio de grandes canciones que, 25 años después de la muerte de Freddie Mercury nos lo volvía a bajar a la tierra (ojo, y a tierra maña) durante un ratito. Hay títulos de los que soy incapaz de acordarme porque los viví con tal intensidad, que ni tomé notas, ni nada. Que eso está muy bien en un concierto, claro, pero hoy por más que pienso y pienso no me estoy acordando…
Y entre unas cosas y otras, que si «Killer Queen», que si «Radio Ga Ga», no sé muy bien en qué orden pero con una intensidad equilibrada, llegaron esos riffs de guitarra en solitario que permiten descansar la voz a Pablo Padin, el vocalista, porque yo todo el rato temía por su afonía. Y cuando volvieron, asistimos a un desfile de greatest hits en el que todos, ellos y nosotros, echamos el resto.
En «Who wants to live forever» dejó de parecerme tan malo que el sonido sonara poco para emocionarme esa unión de voces, la suya y la nuestra, como en una comunión fantasmagórica, un himno a la vida que se forjaba en un pabellón en el que caben unas 10.000 almas llamando a las puertas del cielo. Vale, me he puesto un poco mística. Pues rompemos con «I want to break free».
Los pelos de punta, la sangre circulando deprisa, la emoción a flor de piel, «The show must go on», porque no se nos podía dejar así, y después «I want it all», pues no pasa nada, nos lo dan todo. Recuerdo que todo esto se enmarca en un espectáculo psicodélico de luz y sonido que nos mantenía todos los sentidos alerta. Y entonces llegó.
Y Coke me decía: «Yo ya no quiero más Pilares, con esto ya me vale». Y qué razón, porque aunque yo estaba deseando desde el principio esta «Bohemian Rhapsody», el transcurso de la historia contada entre unas canciones y otras del concierto estaba haciendo que se me olvidara. Y por eso llegó como un regalo inesperado, como un suspiro de alivio y agradecimiento, y mereció la pena. Yo aún tengo muchas cosas pendientes estos Pilares, claro, pero que solo con este comienzo ya podríamos darnos por muy satisfechos, también.
Pero no lo hicimos, y cuando la banda se despedía, gritamos «otraaaa» con todas nuestras fuerzas, lo cual nos hizo conseguir tres bises más. Parecía que después de «We are the champions» el concierto quedaba tan culminado que no íbamos a escuchar nada más, y hubiese sido un final muy épico. Pues no. Nuestros gritos todavía nos permitieron escuchar una más, que decía lo contrario de lo que iba a pasar y que nos dejaba con el cuerpo pidiendo más, pero fue una delicia poder disfrutar de un final tan alto, cañero, rockero, como a mí me gusta, con «Don’t stop me now». Y el concierto terminó, pero no pudimos parar de soñar, de agradecer, de alucinar, de sentirnos privilegiados por haber vivido casi casi una auténtica experiencia religiosa con Queen.
Ah, me falta deciros quiénes son ellos. God save the Queen es una banda tributo argentina, compuesta por Francisco Calgaro a la guitarra, Ezequiel Tibaldo al bajo, Matias Albornoz a la batería; y ya os he nombrado a Pablo Padin, el vocalista, verdadero protagonista de su logrado final, porque es un calco de Freddie Mercury tanto en sus movimientos, como en la voz (casi siempre), como en su figura.
Y no os he contado esto al final porque estos artistas no sean importantes, sino porque a veces cuesta recordar que ellos no sean Queen, lo cual en una banda tributo es exactamente lo que se busca. Si no fuera por God save the Queen no podríamos escuchar esas canciones con las que os decía que nos hemos criado, no a ese nivel, no con ese involucramiento que nos hace disfrutar de las canciones de nuestra vida durante dos horas de cuidado directo.
2 comentarios en “Todos somos fans de Queen”